Romelio y Juliota.
Se conocieron una fría tarde de
invierno. La nieve apenas calmaba su sed
y su hambre. Juliota era de una familia que nunca la quiso, solo porque tenía
un ojo desviado y una pierna un poco más grande que la otra. La diferencia no
se notaba si uno veía hacia otro lado. Además contaba con una pequeña joroba, o
al menos era pequeña cuando tenía como diez años, porque ahora a sus 28, se
notaba como la misma joroba de un toro cebú.
Romelio era otra historia. Él fue
un niño consentido y mimado. Nació en una buena familia y dormía entre sábanas
de seda. Su padre lo adoraba pues era su único hijo, el heredero.
Desafortunadamente para Romelio su amado padre falleció cuando él tenía solo
ocho años. Unos años después, su madre se casó nuevamente y opto por atender
más a su marido que a su hijo. A los once años tomo la decisión de abandonar el
hogar.
Juliota se integro a la pandilla
de los Montesitos, una banda de pequeños malandrines que se dedicaban a la mala
vida; Viviendo en las alcantarillas del pueblo de Chipilo, Puebla. Eran una
lacra de la sociedad. Ella, como la única mujer de la pandilla, fue convirtiéndose
en el objeto del deseo de todos y cada uno de los Montesitos. Pero ella no se
dejaba tocar ni la puntita de la joroba. Se había convertido en una mujer de
cuidado, y no porque tuviese el ojo desviado dejaba de ser peligrosa con los
puños, las dagas e incluso, con pistolas hechizas que ella misma fabricaba.
Cuando tenía que apuntar, veía doble, pero tiraba en medio y asunto terminado.
Así se había escabechado a varios cristianos que en mal momento se cruzaron en
su camino. No era la líder de la banda, pero si era a la que todos le temían.
Romelio se integro una banda
contraria y enemigos de muerte de los Montesitos. Se hacían llamar los
Escapularios, entrones y salvajes. Eran jóvenes que no le temían a nada ni a
nadie. Ellos no necesitaban pistolas ni cuchillos. La saña de sus puños y de
sus patadas hacia el trabajo.
Los Escapularios y los Montesitos
se habían enfrentado muchas veces. Peleaban por mantenerse como líderes del
crimen desorganizado y libre. Las bajas fueron varias y constantes de un lado y
de otro.
Pero como les comentaba al
principio, Romelio y Juliota se conocieron en una fría tarde de invierno.
Cuando casualmente ambos robaron a un nevero de la carretera unos litros de
nieve de piñón, que por cierto, es muy sabrosa y muy reconocida en la región.
Al esconderse del enfurecido
nevero, ambos fueron a parar a una casucha abandonada. Romelio llegó primero
porque la cojera de Juliota le impedía ser tan veloz como el primero. Pero
afortunadamente llegó. Y ahí se mantuvieron ocultos toda la tarde y noche.
Ambos se reconocieron como
miembros de bandas rivales. Por un momento Juliota tuvo la intención de
despacharse a cuchilladas al Romelio. Pero los gritos del nevero que los
buscaba hizo que ambos guardaran silencio.
El primer gesto de amistad lo
tuvo él para con ella. Le ofreció la cucharita para comer la nieve, ya que al
correr, la de Juliota se había caído y no tenía con que comer su sabroso botín.
Ella acepto tímidamente en un
inicio. Pero después se olvido de la rivalidad y se concentró en su nieve
deliciosa. Una vez que terminó. Regreso a Romelio la cucharita, pero éste ya no
la necesitaba porque su nieve ya estaba un poco derretida y se la tomaba a
sorbitos.
Al caer la noche, ambos sintieron
el intenso frío de la región. Como el pueblito se encuentra casi a las faldas
de los volcanes, se sentía un frío congelante, hiriente en cada bocanada de
aire que llegaba a sus pulmones.
No encontraron nada con que
taparse, y la supervivencia es lo primero. Decidieron tratar de dormir
abrazados, para brindarse un poco de calor. Y vaya que si se lo brindaron.
Ella, que no había sentido jamás la cercanía de un hombre, sintió que no había
mujer más bella en el mundo que ella. Se olvido de la joroba y de la pierna
grande, o chica, según se vea. Lo bizco no se le olvidaba porque veía doble,
pero esa noche esa era su bendición. Ver doble al hombre que la haría mujer.
Ver doble el amor que se le ofrecía…
El había tenido varias mujeres
antes que ella, claro que todas esas relaciones fueron forzadas y con amenazas
de muerte de por medio. Esta era la primera vez que una dama se arropaba entre
sus brazos por libre decisión.
Esa noche no sintieron el frío,
al contrario, sintieron un mar de fuego en sus adentros. Ambos se atrevieron a
dejar libre el instinto natural y se entregaron hasta que la luz del día entró
tímidamente por alguna ventana.
Al despedirse, sabían muy bien
que su amor no podía ser, que esa historia no tenía continuación. Si eran
descubiertos por cualquiera de los integrantes de las pandillas, serían
ejecutados por alta traición y desaparecidos en cualquiera de las coladeras del
pueblo.
Pero cuando hay amor, ni el
peligro de muerte puede alejar a dos seres que se sienten atraídos como el mar
a la playa; Como azúcar al café; Como moscas al pastel; Como sol a la mañana…
bueno, tal vez exageré, pero así se sentían.
La solución la encontraron en la
misma casucha abandonada, donde cada noche iniciaron sus furtivos encuentros de
amor. Hicieron su cama con cartones y sus sábanas con papel periódico. No era
muy lujosa la cuestión, pero al menos ya tenían un nido de amor para ellos
solitos. Ahí se encontraban todas las noches, para amarse y compartir el fruto
de sus fechorías.
Romelio la amaba intensamente.
Pasaba las horas abrazándola y sobándole la jorobita. Ella se dejaba hacer,
como gatito acicalado. Juliota también lo amaba, le decía que lo amaba el doble
que el porqué como era bizca, pues doble lo veía y doble lo tenía que amar.
Al pasar algún tiempo y con la
desesperación de no poder mostrar su amor abiertamente, por miedo a la policía
y a sus compañeros de pandilla, iniciaron a hacer planes para escapar del
pueblo e irse para Izucar de Matamoros, en el estado de Morelos. Ahí nadie los
reconocería y podrían vivir libremente. Claro que sus planes incluían asaltos y
robos, porque ellos no sabían vivir de otra cosa ni de otra manera.
Pero como dicen, uno pone, Dios
dispone, llega el diablo y todo lo descompone. No falto quién se extrañara de
las ausencias de la Julia y comenzó a preguntar por ella. Así que los
Montesitos decidieron elegir al “Sacatripa”, uno de sus elementos más salvajes,
para seguir y localizar el nuevo refugio de la muchacha.
Ah, pero el hecho de estar
enamorada de Romelio no la hacía descuidarse ni un segundo. De inmediato se dio
cuenta de que era seguida y opto por dejar de ir unos días a su casita del
amor. Se desviaba para otros rumbos y se dormía en una banca del jardín o bajo
de un árbol. Soportaba las inclemencias del tiempo y los mosquitos para
proteger a su amado. En esas noches de soledad, ella solía arrullarse diciendo
-¡Ay Romelio, Romelio! Donde estas que
doble no te veo.-
El “sacatripa” contó a los Montesitos que no había nada de
extraño, que la Juliota se la pasaba como loca durmiendo por ahí en cualquier
lugar.
Sin embargo, las cosas grandes
muchas veces pasan por casualidad. Una noche en que algunos miembros de los
Escapularios asaltaron a varios parroquianos y la policía les cayó con las
manos en la masa, o en las carteras de los asaltados para ser más exactos, dos
de ellos alcanzaron a escapar de los macanazos de la tira y corrieron como
velocistas hasta ver su oportunidad en aquella vieja casa abandonada. Al entrar
vieron dos cuerpos juntitos, abrazados y bien dormidos. El único ruido al
interior eran los ronquidos del Romelio, que en una bronca le desviaron el
tabique nasal y roncaba desde entonces.
Juliota, al sentir la presencia
de los intrusos, instintivamente lanzo su cuchillo al espacio que mediaba entre
los dos sujetos similares que veía, haciendo blanco en el corazón y matando a
un miembro de los Escapularios. El “Gallito” miembro sobreviviente, se hincó y
suplico por su vida, llorando y cacareando como gallina. La Juliota ya tenía
listo otro puñal cuando fue detenida por Romelio, quién amorosamente lo retiro
de su mano, momento en que el “Gallito” aprovechó para darse a la fuga.
El problema se había complicado.
Además del amor prohibido que tenían, ella había matado a un miembro de la
pandilla contraria. Eso significaba que en cuanto tuvieran conocimiento todos
los integrantes de las bandas. Ellos serían localizados y ejecutados a golpes,
patadas, tubazos, cadenazos, piquetes, y
finalmente y por si acaso, un tiro de gracia en la frente.
Se decidieron escapar esa misma
noche, pero como no tenían dinero tuvieron que recurrir a una más de sus
fechorías. Entraron a un negocio con miras a robarlo, pero en la caja no
encontraron ni un centavo. Su desesperación se agrandaba y su tiempo se
reducía. Al darse cuenta de que habían entrado a robar a una tienda de
disfraces, trataron de encontrar algo que les quedara para poder salir a la
calle sin que fueran reconocidos. Pero la joroba de la Juliota los delataba de
inmediato. ¡Maldita joroba! Julia nunca había repelado de su suerte pero esa
noche maldijo una y mil veces su joroba. Romelio la consolaba, diciéndole lo
bonita que era su jorobita y lo mucho que le gustaba.
A las cinco de la mañana, tomaron
la temeraria decisión de huir del pueblo. Las calles todavía estaban obscuras y
esa sería una ventaja para ellos.
Salieron de la casucha, pero a lo
lejos vieron venir tanto a los Montesistos como a los Escapularios, ahora
unidos por un mismo motivo, acabar con los traidores. Aquellos que antes habían
pretendido a la Juliota se sentían doblemente traicionados y hasta babeaban del
coraje que sentían. No podían permitir que ella se entregara a otro, y mucho
menos siendo de una banda de malándros contrincante.
Romelio tomó a Juliota de la mano
y corrieron, pero la cojera de Juliota les impedía ir lo rápido que ellos
hubiesen querido. El cielo aclaraba y pronto no habría lugar para esconderse
sin ser vistos. Al pasar por una calle, vieron la puerta de la iglesia
entreabrirse y sin ninguna duda ingresaron tan rápido como pudieron.
Se escondieron en un
confesionario, tratando de calmar la agitada respiración. Romelio consolaba a
Juliota diciéndole al oído que todo estaría bien y sobándole la jorobita. Así
transcurrió un tiempo, incluso ya no estaban tan jadeantes como cuando
entraron. De pronto escucharon al padre ingresar y abrir la pequeña ventanita
que los separaba. El sacerdote dijo –Ave María purísima- a lo que ella
contestó, -No, somos Romelio y Juliota padrecito, escondiéndonos de los
Montesitos y de los Escapularios, que nos quieren matar solo por el hecho de
amarnos-.
El padre ordeno el cierre
inmediato de la iglesia y los llevo amorosamente a las oficinas de la
iglesia, donde ellos le contaron su
triste historia. El padre los escuchaba sin dejar de llorar por tanta tragedia
en dos vidas. Una vez que cada cual conto su historia, el sacerdote sabía que
de alguna manera tenía que ayudarlos a escapar, a vivir lejos de la maldad y a
construir una nueva vida. Sabía que no los podría tener escondidos en la
iglesia mucho tiempo sin que alguien se percatara o se enterara de que algo
raro estaba ocurriendo, con eso de que pueblo chico infierno grande…
Bueno, la cuestión es que el
padre se decidió a ayudarles y les entrego un frasquito de veneno no letal.
Tenía la cualidad de provocar una muerte fingida. El cuerpo de quién lo tomaba detenía
todo signo de vida por algunos minutos, recuperándose al poco tiempo y sin
ningún tipo de efecto secundario. La solución perfecta, pensaron ellos.
Acordaron que Romelio tomaría un
buen trago de veneno, y ella saldría a decir a los Montesitos y los Escapularios
que para evitar más pérdida de sangre entre ellos, ella misma se había
despachado al Romelio que luciría en sus ropas manchas del vino de consagrar
que el padre les había dado.
Y así lo hicieron, pusieron el
cuerpo de Romelio en las escalinatas del atrio de la iglesia y tomo su buen
trago, de hecho como le gusto el sabor, se dio el lujo de darle otro traguito.
Ella salió y busco a los
pandilleros, con las manos en lo alto les grito y les dijo que ya no quería más
sangre derramada, que no quería la guerra entre ellos. Y con lágrimas en los
ojos les dijo que ella misma había matado ya al Romelio y que yacía sin vida en
la iglesia.
Todos se admiraron de tal acción
y fueron a comprobar con sus propios ojos la muerte de Romelio.
Al verlo ahí, tendido en grotesca
posición, se acercaron para comprobar la respiración… ¡nada! No había signos de
vida en aquel cuerpo inerte. Poco a poco se comenzaron a retirar. No sabían que
el padre había llamado a la policía y que afuera ya los esperaban para
cargarlos a todos por los varios asaltos y asesinatos que habían cometido a lo
largo de los años. No opusieron resistencia. Estaban admirados del valor y del
sacrificio que había realizado Juliota al matar al hombre que amaba, y todo por
ellos, para que no sufrieran consecuencias de muerte entre ellos mismos.
Al encontrarse solos nuevamente,
Juliota esperaba con desesperación el despertar de su amado Romelio, quién,
como había tomado dosis extra del veneno, tardaría el doble para regresar. Pero
Juliota y su desesperación no tenían consuelo. Ella lloraba creyendo
verdaderamente muerto a Romelio, al único hombre que había amado en su vida. En
su vida que de pronto tuvo un motivo y que ahora nuevamente no tenía nada.
Suplico a Dios por la vida de su
amado. Suplico a los santos también. Y de pronto vio una figura de San Miguel,
que en su mano derecha empuñaba tres relucientes espadas. Y se decidió a
acompañar a su amado en el viaje al más allá. Sin pensarlo y a pesar de sus
incapacidades subió y le robó a San Miguel la espada de en medio – Al fin que tú
tienes otras dos, pensó- .
Bajó y se hincó al lado de su
amado, besó su mano y besó sus labios. Sin pensar más, enterró la espada en el
medio de su pecho, tuvo que hacer todavía un esfuerzo para poder atravesar la
joroba… y murió a los pocos segundos.
Romelio se despertó y sintió el
peso muerto de Juliota sobre su cuerpo, sintió la sangre de su amor en sus
manos. Desesperado, tomo la espada y la regreso a la mano de San Miguel. Se
limpió las lágrimas de sus ojos y salió
dejando atrás a la Juliota y su cuerpo sin vida.
Romelio se perdió entre las
curvas de la carretera. Cuentan que en Izucar de Matamoros anda rondando y
robando gente. Dicen que no anda solo, que lo acompaña una mujer de desviada
mirada y joroba exagerada, así como tres jorobaditos. Pero esta historia, aun
no se ha comprobado.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
Derechos reservados.
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