Rey por un día (o algo de tiempo más).
Desperté sintiéndome algo raro. Tuve un
sueño extraño del cual no logro recordar detalles. Pero sé que fue algo completamente
diferente. De pronto me doy cuenta que no estoy en mi cama, desperté en una
grandiosa cama suave y mullida, de rojas sabanas de seda y cobijas de
diferentes pieles. Tiene en sus esquinas unos hermosos y altos postes de caoba
tallada con diferentes motivos, y sostienen un fino y delicado tul que me
protege. ¿Seguiré soñando? Porque de verdad que esto no parece un sueño.
Quisiera ya bajar de la cama, pero es tan
suave y cálida que no me dan ganas de moverme de aquí. Escucho algunos pasos
lejanos, pero que se acercan poco a poco, parecen ser muchas personas, y
escucho que alguien toca una puerta. Debe de ser aquí, porque los golpes se
escuchan muy cerca. Trato de ubicar donde se encuentra el acceso, pero estoy
completamente perdido en este mundo rocambolesco que no es el mío.
De pronto escucho una voz llena de
preocupación, casi al borde del grito –Mi señor, ¿Se encuentra bien? -¿Mi
señor?-, pues no tengo ni una vaga idea de que es lo que pasa, pero tampoco
tengo tiempo para buscar una explicación, ya que de pronto escucho el abrir de
las puertas y sin saber cómo ni de donde, aparecen varios personajes vestidos
con rara y colorida indumentaria. Diríase que son pajes de algún cuento de
princesas. Esto cada vez es más intrigante.
A la orden del que viene al frente, estos
“pajes” o “pajecitos”, porque son realmente pequeños, abren como uno las
cortinas y permiten el ingreso a la habitación de los rayos del sol, tan
fuertes y tan llenos de brillo, que no me queda más que enterrarme nuevamente
en las cobijas, tratando de cubrir mis ojos. Pero el que viene al mando
pregunta nuevamente,- Mi señor, ¿Se encuentra bien? Son casi las doce del día y
usted sigue en cama, ¿Todo bien?-
Me atrevo a asomar la cabeza lentamente,
mis ojos exploran esta grandísima habitación, que no deja de darme sorpresas.
Grandísimos ventanales, amplias y espesas cortinas de terciopelo azul. Roperos
altísimos como nunca había visto jamás. Al centro de la habitación se encuentra
una mesa de mármol sostenida por tres colmillos de elefante. No dejo de
asombrarme de toda esta extraña situación.
Termino de inspeccionar la recamara, cuando
observo al jefe de los “pajecitos” mirándome de forma extraña, diríase que de
la preocupación pasó al enojo y me mira fijamente. – Es hora de su baño Mi
Señor, el agua se encuentra lista y las doncellas también. ¿Entendí bien? Ahora
resulta que me quieren bañar y casi a rastras me sacan de la cama para
acompañarme a un cuarto adyacente, donde aprecio una bañera, o mejor dicho
debería de decir una piscina, llena de agua caliente, y esto lo aseguro por el
vaporcito que flota por arriba del agua. En los cuatro extremos de la
mencionada bañera, se encuentran las “Doncellas” vestidas solamente con un
ligero pareo transparente. ¡Sí! Debo de estar soñando.
Una de ellas toma la iniciativa y se mete
poco a poco a la bañera, descendiendo lentamente por unos escalones que no
había visto. Cuando tiene medio cuerpo dentro del agua, voltea y me extiende el
brazo, como invitándome a acompañarla. Mientras me acerco, los pajecitos se
apresuran a tomar mi camisón (¿desde cuándo utilizo camisón?), y rápidamente
quedo como Dios me trajo al mundo. EL agua en mi cuerpo produce una agradable
sensación. La doncella toma mi mano y me acompaña hasta lo más profundo de la
tina, bañera o lo que sea que es esto. Ya ahí, se sienta y me pide que me
acomode de espaldas entre sus piernas, con mi espalda recargada en su pecho.
Bueno, está bien. Ya que me queda sino acceder a sus deseos. Una vez bien
acomodado, las otras chicas, perdón, son Doncellas, bueno, ellas, ingresan y se
acomodan a mi rededor, y en ese momento inició el sacrificio, ya que comenzaron
a enjabonar todas las partes de mi cuerpo, y que conste, digo todas las partes
de mi cuerpo, sin dejar de tallar nada para que quedara yo reluciente de limpio
y fresco. Después de varias talladas y enjuagadas. Alguien grito: ¡Suficiente!
Esa fue la señal para que mis bellas acompañantes salieran apresuradamente del
agua y el jefe de los pajecitos me extendiera una toalla. Con la cual me
envolvieron como bebe y me acompañaron a la habitación donde desperté esta
mañana.
Una vez seco de pies a cabeza, inició otra
procesión, esta vez para vestirme. –Yo me puedo vestir solo, les grite- pero
ellos no me hacían caso, hasta que de pronto, un grito fuertísimo salió de mi
ronco pecho para decirles que yo lo haría solo. Todos se quedaron quietos. A
algunos pajecitos hasta lágrimas les salieron de sus ojitos. ¿Habré exagerado?
No importa, lo importante es que me dejarán vestir solo. AL ver el vestuario
que me ponen enfrente casi me desmayo, o me da un infarto o algo. ¿Qué es todo
esto? ¿Medias? Yo no uso medias, y menos de color rojo brillante. ¿Y estos
shorts esponjosos de color dorado? ¡No por favor! ¡Quiero mis jeans y mi
playera estampada con el logo de KISS! Pero no me queda más que rendirme a sus
deseos y permitir que ellos me vistan. Por lo menos, algunos recuperaron la
sonrisa.
-¡Ah no! ¡Eso si que no! No usaré una faja.
Más que faja parece corset. No señores, no la usaré-. El paje mayor me hace una
seña indicando mi estomago. ¡Por Dios! ¡Tengo una tremenda barrigota! No lo
había notado, pero tengo que reconocer que estoy más que panzón. Esta es una
panza prominente, bien cuidada y consentida. No me queda más remedio que
permitir que me pongan dentro del corset. Es un martirio. Lo han apretado tanto
que apenas y puedo respirar. Pero el resultado no es tan malo. Logra disimular
la panza en un gran porcentaje. El toque final lo da una peluca, de rizados
caireles que me llegan a media espalda y de un color gris. Qué imagen tan
surrealista es la que veo en el espejo.
Una vez vestido y perfumado. Toda esta
corte de lambiscones, perdón, de pajecitos me acompaña por un grandísimo
pasillo, que parece no tener fin, al igual que mis interrogantes.
Comienzo a percibir algunos olores que me
abren el apetito. Huele delicioso conforme nos vamos acercando. Cruzamos el
umbral hacia otra gran habitación. No puedo evitar mirar con sorpresa. Es un
grandísimo comedor. La mesa tiene como doce metros de largo y tres de ancho. Es
madera muy gruesa y se ve muy viejo, pero muy bien cuidado. Ahí sobre la mesa,
se encuentran dispuestos y esperándome deliciosos manjares. Quesadillas de papa
y huitlacoche. Pancita calientita, tacos de barbacoa, bisteces a la mexicana,
huevitos rancheros, tocino, y frijolitos de la olla con epazote. En una de las
esquinas pude ver a una dama preparando tortillas de mano para acompañar lo que
me apetezca. Parece que van a alimentar a todos los pajecitos y a las
doncellas, pero me doy cuenta de que únicamente hay dispuesta una gran silla.
Muy cómoda por cierto. –Así que todo esto es para mí solo- ¡Pues a darle que es
mole de olla!, como dicen en mi rancho.
Con razón la tremenda panza que me cargo.
Comí de todo y en buenas proporciones. Seguramente la barbacoa la trajeron de
Pachuca y el huitlacoche de San Martín Teotihuacán, porque todo estaba muy
sabroso, delicioso, y hasta ya tengo ganas que sea la hora de la comida, porque
si esto fue solo el almuerzo, ya me imagino más tarde. Tal vez me sirvan
tlacoyitos de Tlaxcala rellenos de polvo de habas y de garbanzo. Turcos de
Linares Nuevo León y unas buenas acamayas de Jalcomulco, Veracruz.
El jefe de los pajecitos, que ahora sé que
es mi paje principal y se llama Merlín Gómez, me comenta que es hora de mi
caminata diaria. Eso está bastante bien, porque así como almorcé, una
caminadita no me hace daño, al contrario, hay que hacer hambre para lo que
viene.
Así que heme aquí, saliendo por una puerta
inmensa que se abre a mi paso mientras alguna especie de soldados de la guardia
Suiza me saludan con disciplina y reverencia.
Al salir no puedo dejar de asombrarme. Veo
unos maravillosos jardines y fuentes de aguas claras donde nadan infinidad de
peces de llamativos colores. Árboles gigantes de troncos tan gruesos cono el
árbol de tule, en Oaxaca. Es un paisaje tan bello y maravilloso, que no
quisiera dejar de verlo nunca. Pero hay que caminar y ni modo. De pronto se
aparece un paje llevando las correas de dos hermosos perros xoloitzcuintle, los
cuales me saludan y me ladran demostrando su gusto de verme. Supongo que son de
mi propiedad, se dejan acariciar y me halan hacia los jardines, como si esto lo
hicieran todos los días.
Iniciamos la marcha, los perros contentos y
yo satisfecho de caminar. A mi lado Merlín camina siempre vigilante, como si
esperara que alguien o algo de pronto se apareciera en el camino. Pero el
camino es tranquilo y no hay nada de qué preocuparse. Después de una media hora
de caminar, es el momento de regresar, así que cambiamos el rumbo y nuevamente
en el día me da casi un infarto. Al fondo, por el camino por donde venimos, se
aprecia la figura del más grande y bello castillo que mis ojos hayan visto
jamás. He de comentarles que en mi vida solo he visto el castillo de
Chapultepec y el castillo de san Juan de Ulua, pero esto que ven mis ojos es
maravilloso. Se ve que es un gran castillo, y con unas torres altas cubiertas
por sus tejas rojas en forma de cucurucho invertido.
¿Castillo?¿Pajes? ¿Doncellas? Todo me
indica que en ese castillo vive un rey, y ese rey soy yo. Con razón me tratan
con tanta cortesía y todos están para servirme.
El silencio lo rompe mi paje principal
cuando me dice – El día de mañana será muy especial para usted Mi señor, será
el gran baile donde podrá elegir a su futura esposa y reina- ¿Y a quienes
habeis invitado? O ¿Quiénes vendrán? Para que mejor me entiendas- pregunté.
–Pues como usted lo sabe Mi señor, todas las mujeres en edad casadera están
invitadas, por tradición, pero hemos extendido invitaciones especiales a
algunas de ellas, de acuerdo a sus deseos. –¿Y quiénes son esas afortunadas?
Pregunte curioso a Merlín. A lo cual me contestó sin ningún tipo de emoción en
su voz – Recibieron invitaciones especiales las hermanas López, de la comarca
de Tacuba, la güera Domínguez, de Azcapotzalco, Margarita, la hija del herrero,
de Mixcoac y Susanita, que es la mujer más deseada de la región y parece que se
guarda virgen y pura para usted. Ah, también invitamos a todas las chicas de la
Merced, para que los demás invitados tengan con quién bailar-.
Que desesperación, tener que esperar hasta
mañana para conocer a todas ellas, que según lo que me dice y cuenta mi leal
paje, ni a cual irle de chulas y hermosas que están todas. Pero no me queda de
otra sopa, tendré que ser paciente para conocer el amor.
Antes de comer, me llevaron a mi oficina.
Está ubicada casi en lo más alto de la torre principal. Son casi trescientos
escalones en forma de caracol. Afortunadamente, por la parte exterior de la
torre, existe un elevador Otis, panorámico que me lleva en forma directa hasta
lo que es mi grande y lujosa oficina. Si no fuera así, seguro que no tendría
eta panza o quizá, ya hubiese cambiado la ubicación de la oficina hasta la
parte baja del castillo.
Lo primero que llama mi atención al entrar,
es la hermosa panorámica del valle de México. Parece uno de los cuadros de José
María Velasco. Desde aquí se aprecian los volcanes Popocatepetl e Iztlazihuatl.
Así mismo puedo ver las torres de la catedral, la torre de Pemex, El volcán
Ajusco y hasta la zona de Santa Fe y sus modernos edificios.
Una vez extasiado del bello paisaje, me
dispongo a revisar los asuntos de estado. Para ello están presentes otros
ayudantes, cada uno experto en campos específicos que requieren atención
inmediata.
Y así paso mi tarde, revisando asuntos de
interés general, resolviendo controversias entre particulares por problemas de
tierra o de animales, dándole a cada quién lo que es justo. Todo mundo queda
complacido con mis acuerdos y con mis decretos, por lo que seguramente soy un
buen rey que sabe estar a la altura de las necesidades de su pueblo.
Todo esto ha sido extenuante, me ha visitado
mucha gente y entre que saludan, se hincan, se levantan, hacen reverencias y me
comentan su problema, la tarde ha pasado rápidamente. Es tiempo de la comida.
Así que nadie se salva de bajar sus trescientos escalones, pero yo como rey que
soy, utilizó el ascensor y en medio minuto ya estoy en la parte baja, sin
derramar una sola gota de sudor.
La comida es exquisita y es cuantiosa. Este
debe de ser un país de muchos recursos y seguramente los sabemos aprovechar muy
bien. En esta ocasión, la comida la realizo acompañado de un sin número de
personas que son allegadas a mí. A mi derecha siempre atento a mis necesidades
se encuentra Merlín, y los demás, quién sabe quiénes son, pero parece que los
conozco muy bien, porque me hablan con mucha confianza y candidez.
La comida fue maravillosa y muy sabrosa.
Trajeron carnitas de los Tres cuinitos, de la colonia Guerrero. Sándwich de
carne cruda de la cantina Salón Luz, del meritito centro de la ciudad, y
chicharrón y pápalo de Xochimilco. Así que todos comimos hasta decir basta.
A pesar de ser un día maravilloso, ha sido
muy cansado y se lo hago saber a mi fiel acompañante Merlín. Quién presto da
unas órdenes a algunos de sus ayudantes para que vayan de inmediato preparando
mis aposentos.
Estoy ansioso por dormir y despertar para
la gran fiesta.
Ya me encuentro en mi lujosa habitación,
donde me esperan mis cuatro bellas doncellas para desvestirme y acompañarme
esta noche en que me despido de mi soltería. Ellas están dispuestas a cualquier
cosa y así me lo hacen saber. Las encuentro vestidas solamente con breve ropa
interior de encaje seleccionadas del catalogo Ilusión, y se ven hermosas. Me
quitan con cuidado y amorosamente los 20 kilos de ropa que llevo puesta, hasta
quedar como Adán. Ellas delicadamente también se despojan de sus prendas y me toman
de las manos para dirigirnos todos a la exquisita cama. Una vez ahí tendido,
comienzo a sentir cálidos besos y caricias. Antes de poder corresponderles como
se debe, caigo en un profundo y reconfortante sueño.
¿Despertaré mañana en esta misma cama y en esta
misma realidad? ¿Encontraré finalmente a la mujer de mis sueños?
A las siete de la mañana escucho el pitido
del tren que llega a la estación Buenavista y despierto rápidamente, este día
merece disfrutarse desde temprano. Así que sin esperar a Merlín o a los pajes,
me levanto de la cama y me dirijo a toda prisa al baño, donde encuentro a mis
doncellas ya listas para mi acostumbrada limpieza matutina. Todas tienen cara
de enojo e insatisfacción y me recriminan mi bajo nivel de libido de la noche
anterior. Pero es tanta mi felicidad que simplemente me dejo bañar sin hacer
caso de sus facciones endurecidas. Ellas se cobran caro la ofensa, tallando mi
cuerpo con un coraje y fuerza tremenda. Pero aguanto a pie firme como hombre y
rey que soy. Este día no debo de tener problemas o preocupaciones.
Trato de vestirme por mi mismo, pero es
inútil, estas ropas extrañas no las entiendo. Me veo en la necesidad de llaman
a Merlín y su corte de pajes, que llegan presurosos y asombrados por la
desmañanada que les he puesto.
Merlín me informa que hoy tendré que usar
el traje de gala, que es muy similar al del día de ayer, solamente con algunos
pequeños cambios en el color y el uso de una gran capa de terciopelo rojo, que tiene algunas incrustaciones de piedras
preciosas y en sus bordes plumas blancas de aves exóticas como colibrí, faisán
y pavorreal. Puedo soportar fácilmente el uso de las medias y de las zapatillas
estilo bailarina. Puedo soportar el uso de los dorados y esponjosos pantalones
cortos y la blusa con holanes en el pecho y en las mangas, por más ridículo que
me vea. Pero el corset, es insoportable, quisiera dejar de usarlo, pero mi
estimado Merlín, siempre atento, me hace saber que sin éste no entraría en mis
ropas, por más holgadas que se vean. Ni modo, no me queda de otra más que dejar
que me hagan prisionero de las cuerdas de la dichosa faja.
Ahora sí, estoy listo para mi almuerzo.
Café de Chiapas, Huevos motuleños, frutas y yogurth, eso fue todo porque no
quiero excederme para no quedar mal como anoche. Lo bueno que por decreto las
doncellas no mancharán mi buena reputación.
A medio día estoy en el salón principal del
castillo, donde en unas horas iniciará el gran festejo. Yo me siento ansioso y
listo. De hecho, estoy desesperado. He visto a todo el personal del castillo
trabajando arduamente para lograr un hermoso decorado del salón y lo están
logrando. Ni en el cuento de la cenicienta estuvo tan lindo el salón de baile.
Para hacer un poco menos aburrida la tarde,
voy a caminar con mis perros por los jardines del castillo. Son tan grandes que
hay algunas partes que no conozco aun. Así que decido pasear por la zona más
alejada e internarme en el pequeño bosque con el que colinda el castillo. Así
que aquí estoy, en mi segundo día de este sueño, pesadilla o lo que sea que sea
o vaya a resultar.
De pronto escucho pasos que me siguen, se
escuchan muy tenues pero los puedo escuchar claramente. Vienen de mi costado
derecho. Detengo la marcha, los perros olfatean inquietos pero no ladran, Yo
sigo escuchando ruidos cada vez más cercanos. De pronto veo que algunos
matorrales se mueven y algunas ardillas, conejos y hasta un venado salen
corriendo despavoridos. El miedo me invade al ver a mis pequeños cachorros
echados con la cola enroscada entre las patas.
Desenfundo la espada de honor que cargo al
cinto y que hace que mi esponjoso pantaloncito me caiga hasta un poco más abajo
de la cadera, no tiene filo pero se ve lo suficientemente amenazante como para
que le piensen dos veces. Los pasos se escucha más claramente. Y ahí, de
pronto, tras las ramas de algunos arbustos, alcanzo a distinguir la figura de
una dulce y tierna viejecita (no sé qué tan dulce o tierna sea que los
animalitos del bosque salieron despavoridos). Retorno la espada a su lugar, no
sin antes darme tres buenos pinchazos en la cadera y otro más en la pompa. Me
sereno y espero. Ella llega y se postra a mis pies diciendo – Oh, rey de estas
hermosas tierras, mi señor, he esperado tanto tiempo para poder estar frente a
ti… he sido expulsada y humillada muchas veces a las puertas de tu hermoso
castillo, y hoy de pronto, de me encuentro contigo- Esto lo dijo al tiempo de
hacer una graciosa reverencia. La viejecita se quedo encorvada, como que no
tenía fuerza para levantar el torso nuevamente. Mi mamá me enseño que hay que
ayudar a las personas mayores, y esta es una muy buena oportunidad. Así que me
acerco a ella y la ayudo a recobrar la posición recupera 10 grados de
inclinación, 20 grados, sigo intentando hasta que siento que la he lastimado.
Se queda con unos 20 o 25 grados hacia abajo, pero esa ya es su postura normal.
Con mi mejor acento de rey, pegunto: - ¿y
qué puedo hacer por ti, adorable viejecita?- Ella me mira fijamente a los ojos
y sin pensarlo dos veces me dice -¡Bésame! Bésame oh rey mío, bésame por favor.
– Pero estas loca mujer, como voy a besarte, y mucho menos hoy que estoy en
espera de la mujer que voy a amar toda la vida.- El rostro radiante de la
adorable viejecita cambió en menos de un segundo, dando paso a una cara de
tristeza profunda. Me hizo sentir tan mal, que de inmediato agregué – No sufras
abuelita, voy a hacer algo por ti. Ve al castillo y pregunta por Merlín Gómez,
es mi ayudante y dile que yo te he mandado con él. Que te den un buen baño las
doncellas y te proporcionen ropas limpias, serás mi invitada ésta noche en la
gran fiesta. Para que Merlín te crea, toma este anillo y le dices que yo te lo
di.
La viejecita no cambió mucho su triste
expresión, pero finalmente, tomo el anillo y girando en sus cansados pies se
alejo por donde vino. Al alejarse, los perros recobraron su postura normal y
movían la cola contentos. Las aves siguieron cantando y las ardillas y
conejitos correteando en completa felicidad. ¿Será que estoy en dentro de un
cuento de brujas o algo así? Que importa, hoy para mi es mi gran noche, como
dijo Raphael.
Así que un poco cansado e intrigado por
tantas cosas, regreso al castillo. Los guardias me reciben con su saludo y yo
pienso que solo les hace falta tener la nariz roja e irse a un circo a
trabajar. Me dirijo a mi habitación para tomar una breve siesta antes de la
fiesta.
AL cabo de unos minutos, Merlín me
despierta con breves susurros. La hora ha llegado, necesitamos desempolvar la
corona porque esta noche la usaré todo el tiempo que dure la fiesta, y según me
dice, será hasta entrada la mañana.
Mientras me pruebo la dichosa corona, que
por cierto es de oro puro de 18 Kt. Y pesa como tres kilos, no puedo dejar de
hacer cuentas de cuánto dinero me darían si la llevará a empeñar al Monte de
Piedad, porque muy rey muy rey, pero no cargo en los bolsillos ni un solo peso.
Bueno, ni bolsillos tiene mi ridículo short.
Merlín aprovecha para darme las últimas
novedades de la gran celebración. La comida fue cambiada porque los del
Pozolcalli no tenían la capacidad de servir los más de dos mil platos de pozole
que se le solicitaron. Entonces se contrato a los tacos del Tizóncito, que
tienen la capacidad de atender a todos los invitados de honor esta noche. Así
que no hay pozole, pero si unos buenos tacos de pastor con su buena salsita.
Otro problema que se presento, fue el
sonido, a pesar de que ya se les había dado un adelanto en coronas, el Sonido
La Changa se hizo ojo de hormiga y no se presentaran. En cambio, se llegó a un
acuerdo con el Sonido Polimarch y de hecho ya terminaron de instalar su equipo
en el salón.
Después de escuchar las novedades, me
encuentro listo para poder bajar al salón. Pero tengo que esperar a mis
Doncellas para que acompañen mi paso y vayan tirando a mis pies pétalos de
rosas frescas.
El momento ha llegado, según los informes,
el salón se encuentra repleto de mujeres solteras en su mayoría. También están
los papás de ellas y los amigos. Esta personal de Ventaneando y La oreja, todos
listos con sus cámaras y micrófonos para tratar de dar la mejor cobertura posible.
Inicio mi camino, las doncellas van delante
de mí regando los pétalos de las rosas, cuyo aroma se va desprendiendo con mis
pasos. Siento en mí un mar de miradas y las piernas me tiemblan un poco, pero
me repongo rápidamente diciéndome: -Esta es mi noche, esta es mi noche-
Finalmente llego al salón. Qué maravilloso
decorado. Es fascinante el trabajo que hicieron para lograr este bello
resultado.
Las doncellas me acompañan hasta la mesa de
honor, donde se encuentran algunos de mis ayudantes más cercanos. Sin embargo,
junto a mi no se encuentra Merlín. Se encuentra la adorable viejecita que
conocí en el bosque y que yo mismo había invitado. Me miraba con gran
admiración. Ya bañada y con ropas limpias se veía diferente y tenía algo que me
hacía voltear a verla muy seguido.
Se escucho la voz impresionante del maestro
de ceremonias: -Señoras y señores, damos inicio a la magna celebración del
nuestro rey Eduardo sin número (ese soy yo).
Sin más, inició la música y de pronto la
pista de baile se encontraba llena de parejas. Las chicas de la Merced no
perdían oportunidad de bailar y vender la ficha. Las muchachas más modositas se
encontraban con sus familias, a la espera de que iniciara el baile estelar,
donde yo tenía que ir sacando a bailar a cada una de las mujeres hasta
decidirme por alguna de ellas. La más bella seguramente. A las diez de la noche
la música hizo una breve pausa, anunciando el evento principal de la noche. Tomé
aire esperando escuchar mi nombre para pararme firmemente y con categoría, pero
ese momento aun no llegaba. Lo que anunciaron fue que ya podían pasar por sus
taquitos. Así que todo mundo se fue a hacer fila para recibir sus dos órdenes
de tacos. Para servir a toda la gente se tardaron como dos horas. Así que a
media noche, inició el famoso bailable de búsqueda.
Una por una fueron pasando por mis brazos
las muchachas casaderas, unas bonitas y otras igual. Otras de bellos ojos, o
bellos cuerpos. Con sonrisas fingidas y caras demasiado pintadas. Pero ninguna
me alegraba la pupila. Así se fue la madrugada, bailando entre no sé cuantas
mujeres que querían convertirse en reinas. Pero no, desafortunadamente ninguna
me cuadraba. Ni la güera ni la morena, ni la rubia ni la pelirroja. Todas ellas
tenían un aire de falsedad que se podía distinguir a la distancia.
Cuando finalmente di por terminado el
baile, mis pies parecían sapos inflados, ya no podría bailar una sola pieza
más. Estaba agotado de tanto rap, hip hop y desde luego, del perreo. Pero
afortunadamente cumplí con la tradición de bailar con todas y cada una de las
mujeres antes de tomar una decisión. Me fui al centro de la pista y fui
girando, tratando de ver una cara cordial y sin rastros de ambición. Pero fue
inútil. Levante lentamente la mano y extendí mi dedo índice, para señalar a cualquiera
de ellas, en verdad no me importaba cual de todas ellas fuera a ser.
Antes de señalar a nadie, se escucho una
voz desde la mesa de honor, diciendo:
- Un momento, que falto yo- Todos los
rostros voltearon al mismo tiempo a ver a la dulce viejecita que desde su lugar
solicitaba bailar conmigo.
Merlín intervino rápidamente para
desestimar su petición, pero la viejita recurrió a la tradición diciendo que
era obligación del rey bailar con cada una de las mujeres casaderas presentes,
y ella estaba ahí. Me sentí acorralado y grite mi decisión de aceptar,
finalmente era solo un baile más. Trate de acercarme a la mesa para sacar a
bailar a la viejecilla, pero mis pies se rehusaron a obedecer, estaban tan
inflamados de tanto baile y tantos pisotones, que no podía dar un paso más.
Estaba en un gran dilema. La tradición marcaba que con todas, y sin pretexto, y
yo tendría que cumplir. Pero mis pies ya no podían más. No alcanzarían a dar un
solo paso de baile más.
El silencio en el salón era impresionante.
Solo se escuchaban algunos eructos, señal de que la taquiza estuvo muy sabrosa.
Una exclamación de asombro se escucho en
todo el salón, al ver que la viejecita se ponía de pie y se dirigía a mí. El
sonido se preparo para una canción más. Al llegar hasta mí, se escucho música
lenta, no sé si pensaron en ella y su edad indeterminada o en mis pies. Ella
pidió silencio con los brazos en alto. Trato de hablar pero como no se le
escuchaba, le entregaron un micrófono. Ella lo acerco a sus labios y habló
estas palabras: Oh rey mío, amado de toda la vida, has hecho bien en no elegir
a alguna de estas lagartonas, trepadoras que solo tienen interés en ti por las
posesiones de tu reino, por el oro y por salir en TV Notas. Bien has hecho rey
mío. Escucha pues con atención, si de verdad quieres conocer el amor, tendrás
que regalarme ese beso que por la tarde te pedí. De no hacerlo así, tu reino y
tu poder pasara a malos de una bruja convertida en reina. Está es tu verdadera
única oportunidad de que hagas algo por ti y por tu pueblo. Si miento, podrás
encerrarme de por vida en los separos de la judicial que se encuentran en los
sótanos del castillo. Bésame ahora o arrepiéntete toda la vida-.
El silencio era sepulcral, nadie sabía que
pasaría a continuación. Yo podría simplemente elegir a la mujer que quisiera de
entre todas las presentes, o antes de eso besar a la viejita y ver qué pasaba…
Silencio. Pasaron algunos segundos que
parecieron horas para todos los presentes, y fue cuando me decidí, di un
angustioso paso al frente, y tomando el rostro arrugadito de la viejita entre
mis manos, me agache para besarla. Fue un beso tierno y amoroso que pronto se
convirtió en un beso apasionado y desesperado. El salón del castillo se iluminó
con luces que no eran del sonido y todo mundo tuvo una sensación reconfortante.
Fue un beso prolongado que tenía el sabor de aquellos besos que en algún tiempo
pasado disfrute. Fue un beso maravilloso y mágico. Que explotó en mil luces de
colores y en bellas melodías.
Al retirar mis labios de los labios de la
viejecita, encontré tu rostro entre mis manos. Hermosa, linda y radiante,
luciendo tan bella como solo bella tú lo puedes ser. Eres tú la mujer que será
mi reina. Eres tú la mujer que tanto esperé. Pero, ¿cómo es esto posible? La
explicación la escuche inmediatamente y de tus labios: - Sabiendo del amor y la
atracción que desde hace mucho tiempo nos unió, la güera Domínguez hizo un
maléfico plan para sacarme de tu vida. Ella acudió con un brujo de Catemaco y
me hicieron un trabajo de brujería. Al poco tiempo mi cuerpo empezó a
envejecer, hasta convertirse en lo que antes viste, una vieja. El único modo de
romper con el hechizo, era con un beso de amor de tus labios. Pero como te
comenté, muchas veces fui echada del castillo sin tener la oportunidad de verte
siquiera. Ahora el maleficio se ha roto y se revertirá para la güera Domínguez.
Absolutamente todos voltearon a la mesa de
la Domínguez, quién poco a poco iba perdiendo su jovialidad y su belleza, para
convertirse en una vieja fea y amargada. Ese sería su castigo.
Llegó a continuación el sacerdote que
oficiaría la misa de bodas y todos fueron testigos de nuestro matrimonio. El
pueblo festejó continuando la fiesta por algunos días más.
Lo que no pudieron observar, fue nuestra
mañana de bodas, porque de inmediato salimos a la rivera maya a pasar unos días
de luna de miel.
En el castillo nos esperan ansiosos.
Nuestro reino ahora tiene a la más bella de las reinas. Si es un sueño o una
realidad, qué más da. Lo importante es que estamos juntos y pronto llegará
nuestro heredero.
Y así, vivimos felices por una eternidad.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
Derechos reservados.